domingo, 8 de mayo de 2011

“EL MALLORQUÍN”.


No nos referimos a nuestro idioma, sino a un barco muy peculiar, al primer barco a vapor con matrícula balear al que llamaron “El Mallorquín”.

El 7 de septiembre de 1837, es una fecha histórica para la navegación marítima mallorquina, ya que a primera hora de la mañana de ese día, procedente de Londres en una travesía de quince días, habiendo realizado escalas técnicas en Falmouth y Gibraltar, bajo el mando del capitán Gabriel Medinas, llegaba al puerto palmesano “El Mallorquín•”, el primer buque a vapor con matrícula isleña. “El Mallorquín” que sería conocido popularmente como “Es Pagès” por llevar en su proa un mascarón de madera labrada policromada representando a un payés mallorquín, fue construido en los astilleros de “Druffus & Company” , de Aberdeen, en Inglaterra. Media 45 metros de eslora y 9 de manga y la altura de la cubierta de la quilla era de 3 metros. Su casco era de madera, siendo su parte inferior, la sumergida, de planchas de cobre. El motor impulsaba una fuerza de 120 caballos haciendo mover dos ruedas de palas posicionadas una a babor y la otra a estribor. La velocidad máxima que alcanzaba era de 11 nudos.



Al igual que otros barcos similares de la época “El Mallorquín” seguía manteniendo su arbolado con su correspondiente velamen, el cual estaba constituido por dos palos con velas tipo “cuchillo” y un lamprés para los foques. Las velas era un medio de seguridad por si acaso el motor sufriera alguna avería. El coste total de nuestro histórico navío fueron de 8.100 libras esterlinas, importe satisfecho por la entonces recién creada “Empresa del Paquete de Vapor Mallorquín”, naviera cuyos principales accionistas eran industriales y del estamento de la nobleza local. Un mes después de su primera llegada al puerto de Palma, “El Mallorquín” fue oficialmente puesto en servicio, saliendo de Palma con destino a Barcelona llevando a bordo 22 pasajeros, cuyos pasajes costaban 160 reales el de primera clase, 100 el de segunda y 60 el de tercera. Además, en el primer viaje inaugural transportó también mercancías variadas y una piara de cerdos de raza mallorquina (porc negre). El comedor de primera clase era todo lujo, con cubertería de plata y vajilla de porcelana china. En el año 1859, durante la guerra entre España y Marruecos, nuestro buque, a igual que otras unidades de matrícula mallorquina, fueron contratados por el Estado español para transportar tropas, víveres y pertrechos de guerra. Al año siguiente, una vez finalizado el compromiso estatal, volvió a su anterior función hasta que meses después, la naviera “Empresa Mallorquina de Vapores” lo adquirió para ser posteriormente desguazado.
Entre los pasajeros que a lo largo de su cuarto de siglo de navegación viajaron en él, destacaron Frédéric Chopin y su compañera sentimental, la escritora francesa Samantine Aurore Lucil Dupin, conocida en el mundo de las letras como George Sand, quien en su libro “Un Hivern a Majorque” dedicó unas páginas al barco describiendo su viaje a Mallorca y su posterior regreso con el mismo a Barcelona.

Igualmente otro escritor e historiador, Juan Cortada y Sala, escribió su experiencia a bordo del “Mallorquín” en su narración “Viaje a la Isla de Mallorca en el estío de 1845”. De esa narración reproducimos las siguientes líneas dada la belleza y claridad con que su autor expresa su estancia a bordo del buque:

“Es vapor de cortas dimensiones, de regular marcha, de pocas comodidades y de camas tan duras que son a propósito para hacer penitencia. El tiempo estaba calmoso y la mar tranquila, de modo que había justa razón para esperar un feliz viaje. Comenzó éste como todos los que se hacen en vapor. Los pasajeros sentados en el alcázar, reservados primero, accesibles muy pronto y casi amigos al poco rato, La conversación primera ha sido la que debiera ser la última, a saber, si yo me mareo, si tú te mareas, si aquél se marea y si todos nos mareamos. Yo tengo que para mí que esto del mareo no es capaz de explicarlo, no digo yo, un médico, porque los tales, con su perdón sea dicho, explican pocas cosas, sino nadie, porque si no es fijo marearse siempre ni dejarse de marear aun cuando las circunstancias sean iguales. En los barcos de vela es grande llamativo del mareo el olor de alquitrán de que está el buque impregnado; mas en los de vapor el alquitrán está suplido con usura por el maldito hedor del carbón de piedra, de suerte que en toda clase de buques hay para ese martirio un auxiliar muy eficaz del movimiento. El tiempo ha sido bueno y con todo apenas había una hora de salida de Barcelona, cuando varios pasajeros incapaces ya de tenerse en pie, ha ido a buscar un consuelo al sutil colchón…Vino la noche y con ella una luna clara, hermosa y de plenilunio. Me he levantado a pesar de mi mareo y a las nueve y media he subido a cubierta para mirar la luna que formaba un río de plata desde la proa del buque hasta el horizonte y que en la larga y agitada estela que el barco dejaba, confundía su blanca luz con la fosforescencia de las aguas y con la oscuridad de las olas que quedaban en sombra... Ha amanecido. El tiempo estaba sereno y calmoso. A las cuatro hemos llegado delante de la Dragonera, islote árido, y centinela avanzado de Mallorca. En su más alta cumbre hay una torrecilla antigua, desde la cual se hace una seña cuando llega el vapor, señal que transmitiéndose de torcer en torre llega a Palma en pocos minutos. Viven en esa torrecilla dos hombres, nadie más y nada más. ¿Qué hacen ahí esos dos hombres?. Anuncian el vapor que pasa una vez cada ocho días. ¡Digna ocupación para dos seres intelectuales que tienen un alma inmortal!. ¿Es esa la misión que les ha confiado al darles la vida?.

El buque, si hay buen tiempo, pasa entre la Dragonera a estribor y a babor la costa de Mallorca, desnuda por este lado, cortada perpendicularmente en inmensos torreones, eterna morada de palomas y en uno de los cuales hay un claro y penetrante eco que responde a las voces del navegante que al pasar le llama. ¡Quién sabe en cuántos idiomas ha contestado ese eco, a cuántas gentes a oído…Antes de llegar a Palma asoman pocos palmos sobre el nivel del agua algunos islotes de viva peña que el mar poco a poco rompe con aquella perseverancia que los irá convirtiendo en menuda arena y arrebatándolos entre la reventazón y las espumas. Dentro de algunos siglos no asomarán la cabeza, y entonces quizás se estrellará contra ellos alguna nave y perecerán los hombres que en ella vayan.

Palma está en el fondo de una gran ensenada y para entrar en el puerto se dobla la punta llamada Cala Figuera, que es uno de los dos cabos que forman ese largo seno. El buque sigue la derrota teniendo a babor la costa que se hace amena al paso que se aproxima a la capital. Poco antes de llegar a ésta, está Porto-Pí, pequeña rada que se va llenando, defendida por dos torreones góticos, sobre uno de los cuales se ha levantado una obra moderna en que hay el faro. En ese lugar desembarcó D.Pedro IV de Aragón llamado el Ceremonioso o del Punyalet cuando en el año 1343 vino a desposeer del reino de Mallorca a Don Jaime III que perdió corona y vida en la batalla de LLucmajor. Un poco más adelante y sobre la cumbre descuella el Castillo de Bellver, lugar de destierro en que gimió el ilustre Jovellanos y que visitaré otro día…Desde el buque se ve gran parte de la ciudad tendida en terreno algo desigual y a un extremo de ella en lugar alto se eleva la magnífica Catedral de color de rosa seca y que de lejos parece dominar la ciudad toda. Cerca de ese punto descuellan tres palmeras inmediatas a las ruinas del convento de Santo Domingo, demolido por el vandalismo de la revolución. Esta vista es muy linda y no se si por prevención con que uno viene o por qué fantástica idea, me ha parecido que todo eso tenía un resabio árabe.

A las siete el buque ha echado el ancla y al momento lo ha invadido un enjambre de hombres y mujeres que para saludar dos minutos antes a los parientes y amigos, han obstruido la cámara y la cubierta, sin consideración al mareado viajero que desea pisar el suelo quieto y que tenía que ganar el terreno a palmos, buscando entre aquella confusión y muchedumbre el equipaje y el faquín que se lo llevara. Por fin hemos saltado a tierra y después del consabido registro a la puerta y de los consabidísimos reales, nos hemos venido a la Fonda de las Tres Palomas y alojado en el cuarto número 11”.

El Puerto de Palma en el siglo XIX era el más importante de la isla en número de naves, tonelaje y tripulaciones en una proporción del doble de todos los barcos que entran o salen. Al Puerto de Palma le seguían en importancia los de Alcudia, Andratx, Sóller, Pollença y Porto Colom. La importancia de Alcudia dependía del vapor que realizaba el servicio de correo entre Mahón, Alcudia y Barcelona. Para el gran cabotaje también Palma era el puerto más importante seguido del de Sóller por las naranjas que se exportaban a los puertos franceses del Mediterráneo. En cuanto a la navegación de altura, salían vapores desde Palma hacia La Habana principalmente y hacia las Antillas. Sin embargo, pese a existir una Sociedad constituida para el transporte con faluchos costeros de piedras, carbón o cualquier otro tipo de material, el tráfico marítimo de mercancías de los puertos de Mallorca entre sí era más bien escaso.



Y aquí nos paramos.



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