miércoles, 10 de octubre de 2012

EL CRIMEN DE CAN MATAS.


O mejor dicho de Can Sales Menor, o Can Moner, que no es otra que la casa conocida ahora vulgarmente por el “palacete” donde vive (o vivía si no se lo han quitado, que no lo creemos) Jaume Matas, un edificio cuya historia se remonta a la Edad Media.

Pues resulta que en esta mansión hubo un horrible crimen en el año 1964, exactamente el 9 de Mayo. Pero antes de contarlo, vamos a hacer un poco de historia sobre este emblemático edificio de la C/Sant Feliu de nuestra ciudad y sus moradores.

Se sabe que el edificio de Can Sales Menor fue modificado por Jeroni de Sales entre 1591 y 1602, se ahí le viene el nombre. Cuando la familia Sales se mudó, se instaló allí una rama de los Cotoner. Es pues un edificio de gran abolengo. Su portal, con las estatuas de Adán y Eva a cada lado además de unas esculturas de genios, rostros humanos y una calavera esculpida, le ha valido para ser retratada por muchísima gente que se para a observarlo. La mansión de Can Sales Menor había estado en los últimos tiempos habitada sólo en parte, y allí residía una oficina de las misiones. En su zona posterior se comunica con la residencia de los Misioneros de los Sagrados Corazones y con la parte trasera de la Iglesia de Sant Gaietà. Fue precisamente un fraile quien descubrió al asesino con las manos en la masa…

En Mayo de 1964 habitaba la casa un militar que se había quedado ciego, Miguel Lacy Sureda. Le ayudaban una anciana, Coloma Cruellas, que era la dama de compañía de la Sra. Lacy. Después de tantos años en la casa, la vieja había adquirido un carácter agrio, autoritario y malhumorado que fue el que le llevó a la muerte, como bien reconoció su asesino.

Al militar le pusieron como asistente al soldado Juan Bauzá, un catalán, alto, atlético, con carácter algo extraño e introvertido, el cual vivía en una habitación en el entresuelo de la casa, donde estaban las cocinas y la caldera de la cual él era el responsable. Tal vez por eso comenzó a tener problemas con la mujer que por lo visto no le dejaba en paz. Las disputas y tensiones entre los dos eran cada vez más frecuentes.

En la tarde del sábado día 9 de mayo, mientras el soldado se hallaba descansando en su habitación, apareció la mujer para reprenderle de nuevo, y éste no pudo contenerse y cogiéndola por el cuello le produjo la muerte por asfixia. No sabía lo que hacer con el cadáver y lo escondió debajo de la cama. A primeras horas de la mañana cogió el hacha de cortar leña en la carbonera y comenzó a despedazar a la victima metiendo los trozos en dos de sus maletas.

Se hizo el silencio. La anciana había desaparecido. El militar empezó a preocuparse al segundo día. Le preguntaba al soldado quien le contestaba no saber nada.

Juan Bauzá tenía que deshacerse de aquellos despojos y no se le ocurrió otra cosa que ir quemando cada día unos cuantos pedazos en la caldera. El humo y el olor a muerto inundaban cada día el barrio de Sant Felíu. Hasta el militar le preguntó a que se debía aquél olor indicándole que por favor limpiara sus aposentos.
 

Al tercer día el militar le dijo al soldado que le acompaña a poner la denuncia de la desaparición de Coloma y a la redacción de varios diarios. Colocaron varios avisos en la prensa con la foto de la anciana: “Desaparecida”.




Juan Bauzá, continuó con la “quema” i el hedor a muerto impregnaba cada día toda la zona. Los vecinos comenzaban a preguntarse que era aquél humo negro que salía de aquella casa que olía tan mal.

Nos contó el historiador Gaspar Valero que fue un Fraile  de los Sagrados Corazones el que al ver el humo, entró decidido en el patio de la casa (la mansión, como hemos dicho, se comunicaba con la Residencia de los Frailes) y ni corto ni perezoso quiso saber qué es lo que se estaba quemando allí. Subió y… sorprendió al soldado con la cabeza de Coloma en las manos. Fue este fraile quien convenció a Juan Bauzá a que se entregara.

Cuando la opinión pública supo lo del crimen, después de haber leído en los diarios la noticia de la desaparición de la mujer, la opinión pública quedó consternada. Y desde entonces, los vecinos cada vez que pasaban bajo el siniestro portal, con sus estatuas mudas y solemnes, evocaban en voz baja la muerte terrible de la anciana.

Quien lo diría que al cabo de 60 años, la gente iba a invocar otra cosa al pasar por delante de Can Sales Menor, no tan trágica, pero igual de repugnante.

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