martes, 6 de noviembre de 2012

EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO (Breve reseña histórica).


 
Cuantas veces los palmesanos hemos pasado por la cuesta de Santo Domingo (hoy carrer de Sant Domingo)  y no hemos reparado en dos cristaleras incrustadas en la pared que hay bajando a la izquierda, después de las escaleras que enlazan con Conquistador, que esconden las columnas originales de lo que fue la entrada de la Iglesia gótica del mayor recinto religioso de la ciudad de Palma y uno de los conjuntos medievales más representativo que hubo en nuestra ciudad.
 
Unas simples cristaleras rectangulares verticales, sucias y oscuras, sin ninguna placa ni señal que indique lo que se esconde detrás de ellas, que pone de nuevo en evidencia la falta de interés de nuestras autoridades por salvaguardar la cultura mallorquina.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Por lo que se puede observar en el mapa de Garau y en algunos grabados, la Iglesia era magnífica. Se comenzó a construir en 1295 y se terminó en 1412. Su nave central constaba de ocho tramos, flanqueados por capillas, entre las que sobresalía por sus dimensiones y devoción, la de Nuestra señora del Rosario (Capella del Roser) construida posteriormente hacia 1480.
 
Esta Capilla estaba situada en lo que es hoy la Plaça del Rosari y la forma que tiene ahora la plaza era la misma de la capilla, por lo que aún nos podemos dar una idea de su tamaño y configuración.

El convento estaba situado exactamente en el extenso solar que hoy ocupa el Palacio March, el Círculo Mallorquín (hoy sede del Parlamento) y el resto de edificios porticados hasta llegar a las escalinatas de la Catedral. Por tanto, podemos hacernos también una idea de las dimensiones nada desdeñables que presentaba este Convento.
 
Sus dos claustros, uno grande que ocupaba la parte central de las dependencias conventuales y otro más antiguo y pequeño, albergaban colgados los “sambenitos” de los infieles que habían sido condenados por el Tribunal Inquisidor.
 
Destacaba especialmente del Convento, la sala capitular y sobre todo su portería, pieza singular tanto por su célebre surtidor, como por su atrevida traza gótica de bóvedas, nervaduras y columna central.
Un enorme huerto completaba el inmenso recinto de los frailes dominicos, una congregación poderosa que no pasó ajena a los mallorquines por lo que vamos a ver.

El Convento contenía numerosas sepulturas de familias nobles de la ciudad. No hemos de olvidar que en aquellos tiempos no había cementerios y a la gente se la enterraba en los aledaños de las iglesias y conventos y dentro de los recintos si el fallecido ostentaba algún privilegio.
(El Cristo de los Navegantes, hoy en la Iglesia de San Magín)
 
Los frailes dominicos colaboraron intensamente en fomentar la vida espiritual e intelectual de muchas generaciones de mallorquines, pero también se granjearon la antipatía de mucha gente por su actitud en cuanto al dogma de la Inmaculada Concepción, su oposición al culto de Ramón Llull y sobre todo, por su directa vinculación de sus predicadores con el Tribunal del Santo Oficio. Santo Domingo representaba la potencia de la Inquisición, y aunque el Tribunal nunca llegó a radicarse allí, los sambenitos de los herejes que habían sido condenados, se guardaban colgados para que pudieran ser contemplados por los fieles, sirviendo de  advertencia y ejemplo.

                                                                     (Virgen yacente, hoy en Binissalem)

No es pues de extrañar  que a principios del siglo XX, con la llegada de los nuevos movimientos liberales, el Convento de Santo Domingo fuera uno de los objetivos primordiales de las leyes desamortizadoras. Entre los años 1820-1823 se introdujeron las primeras desamortizaciones eclesiásticas. En Palma, grupos de incontrolados intuyendo los cambios que se avecinaban, asaltaron la “Casa Negra” sede de la Inquisición que se encontraba en lo que es hoy la Plaça Major y también el Convento de Santo Domingo, concretamente la portería y el claustro donde estaban colgados los sambenitos.
El Órgano de Santo Domingo, hoy en Santanyi
En estos primeros momentos fueron desamortizados entre otros inmuebles: el Convento de la Cartuja de Valldemossa, el Monasterio de la Real, el Temple y algunas fincas que pertenecían a diversas Órdenes religiosas. En cambio, algunos conventos palmesanos como el de los Carmelitas, Franciscanos y el de Santo Domingo, se conservaron. Esto ocurría en 1821 y aunque habían pasado esta primera prueba de fuego, el futuro del convento dominico no estaba nada claro y la incertidumbre se cernía cada vez más entre el Prior y demás frailes de la Orden. Efectivamente, en 1823, el Alcalde de Palma y el Comandante General junto con otras autoridades, decidieron el cierre del Convento de Santo Domingo y también el de los Capuchinos, con la excusa de que se estaba tramando una conspiración contra el gobierno. Las medidas se tomaron de forma inmediata y la misma noche que se tomó el acuerdo fueron embarcados hacia Cartagena todos los frailes dominicos menores de 65 años. No obstante, el culto se mantuvo en la Iglesia del Convento.
                                         (Santo Cristo que se halla hoy en el Santuario de Cura)

A partir de la muerte de Fernando VII (1833) se reactivó la actividad desamortizadora. En1835 la desamortización de Mendizábal supuso el final de la ocupación de los dominicos y a pesar de las enérgicas protestas de la Real Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País, a través de su presidente, el Conde de Montenegro, el Convento de Santo Domingo fue subastado. El solar era un suculento bocado para la especulación inmobiliaria de la ciudad y en 1836 se decretó su demolición. De nada sirvió que el templo fuera una de las mejores muestras del gótico en nuestra ciudad.
 
El solar se repartió entre el Ayuntamiento y propietarios particulares y el 23 de enero de 1837 se comenzó a demoler el Convento. Las tumbas y restos de los personajes más ilustres enterrados allí, fueron trasladados una noche de madrugada a la Catedral. Tal fue el caso, por ejemplo, de la tumba del Marqués de la Romana o los sarcófagos medievales del Cardenal Nicolau Rossell y fray Miguel Bennàsser.

El 18 de febrero llegaba ya demasiado tarde por el avanzado estado de la demolición, la orden del Presidente del Consejo de Ministros, Sr. Mendizábal, en nombre de la Reina, para paralizar la destrucción del convento. Las obras se pararon y “Más de diez o doce años duró el lastimoso espectáculo que ofrecía aquella mancha en la ciudad, campo de huesos fríos o llanos asolados…” escribió José Maria Quadrado. Luego, con el paso de los años, esa cicatriz urbana iría cediendo a las construcciones que configuran el aspecto actual del solar, sin dejar huella de lo que un día fue el Convento gótico más grande de Palma, o mejor dicho, dejando únicamente las dos columnas de la entrada de la Iglesia, que aún se pueden apreciar tras los cristales a que hemos hecho mención al principio.
Para los que estén interesados, también se puede ahora contemplar  algunas imágenes y esculturas que se hallaban en aquél emblemático convento y que pudieron ser salvadas de los martillos y azadones. Por ejemplo, el Cristo de los Navegantes (muy parecido al Cristo de la Sangre) que se halla en la actualidad en la Iglesia de San Magín;
 
el Santo Cristo que se encuentra en el Monasterio de Cura, procedente del Coro del Convento;

el órgano que se halla en la Iglesia de Santanyi, obra de Jordi Bosch, que fue construido en 1762 para el Convento de Santo Domingo y trasladado tras la desamortización a esa Iglesia; la Virgen yacente, actualmente en la Iglesia de Binisalem; la imagen de Santo Domingo (con las mutilaciones que sufrió) de unos dos metros de altura, esculpida en marés y con el manto en color negro que se encontraba en el tímpano del portal de la Iglesia

y la “Mare de Déu de la Bona Mort o del Sant Novici”, realizada por Rafael Moger en 1483.

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